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Nuestro Cerebro anticipa el Futuro para Vivir el Presente

Sentimos que vivimos en el presente. Cuando abrimos los ojos, percibimos el mundo exterior tal y como es ahora. Pero en realidad vivimos ligeramente en el pasado.

La información de los ojos tarda en llegar al cerebro, donde se procesa, analiza y, en última instancia, se integra en la conciencia. Debido a este retraso, la información de que dispone nuestra experiencia consciente siempre está desfasada.

Entonces, ¿por qué no notamos estos retrasos y cómo nos permite el cerebro sentir que experimentamos el mundo en tiempo real?

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Vivimos en el pasado
Pensemos en atrapar una pelota. La información del ojo tarda varias docenas de milisegundos en llegar al cerebro, y unos 120 ms antes de que podamos actuar basándonos en esa información. Durante este tiempo, la pelota sigue moviéndose, por lo que la información del cerebro sobre dónde está la pelota siempre irá por detrás de dónde se encuentra realmente.

En deportes como el tenis, el críquet y el béisbol, las pelotas se desplazan a velocidades muy superiores a los 100 km/h, lo que significa que la pelota puede moverse más de 3 metros durante este tiempo de retraso. Está claro que si percibiéramos la posición de la pelota basándonos en la información más reciente de que dispone el cerebro, nunca seríamos capaces de atraparla o golpearla con precisión. Entonces, ¿cómo nos permite el cerebro ver dónde está la pelota, en lugar de dónde estaba?

En deportes como el críquet, una pelota puede desplazarse más de tres metros en el tiempo que nuestro cerebro necesita para darse cuenta y actuar. Nuestro cerebro funciona siempre con retraso. AAP/Mick Tsikas
Hemos investigado esta cuestión en nuestro estudio, publicado hoy en Proceedings of the National Academy of Sciences. Mostramos a los participantes objetos en movimiento y registramos su actividad cerebral. Sospechábamos que el cerebro podría resolver su problema de retraso haciendo predicciones. En el caso de un objeto en movimiento, podría extrapolar la posición del objeto a lo largo de su trayectoria percibida.

Si eso fuera cierto, razonamos, entonces debería excederse cuando un objeto desaparece repentinamente. Al fin y al cabo, el cerebro tardaría un tiempo en “descubrir” que el objeto había desaparecido, y durante ese tiempo seguiría extrapolando. Como resultado, el cerebro “vería” brevemente el objeto más allá del punto en el que desapareció.

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El cerebro predice antes de que los ojos vean
Esto es precisamente lo que observamos en nuestras grabaciones cerebrales. Cuando un objeto en movimiento desaparecía de repente (por ejemplo, moviéndose en el sentido de las agujas del reloj en un círculo y desapareciendo en la posición de las 12 en punto), nuestras grabaciones mostraban que, durante un tiempo, los cerebros de nuestros participantes actuaban exactamente como si el objeto siguiera ahí y siguiera moviéndose, en la posición de la 1 en punto.

En otras palabras, el cerebro “veía” el objeto basándose en dónde esperaba que estuviera, en lugar de basarse en la información real de los ojos. Este patrón de actividad cerebral sólo desaparecía una vez que la información de los ojos llegaba al cerebro para indicarle que el objeto había desaparecido realmente.

También investigamos qué ocurre cuando un objeto cambia de dirección en lugar de desaparecer. Como antes, pensamos que el cerebro no se enteraría del cambio de dirección hasta que recibiera la información de los ojos. Por tanto, debería volver a sobrepasar el límite, extrapolando el objeto más allá del punto en el que cambió de dirección. Cuando el cerebro descubriera hacia dónde se dirigió realmente el objeto, tendría que ponerse al día.

Cuando una pelota cambia de dirección, el cerebro supone que seguirá su trayectoria hasta que reciba nueva información de los ojos. Esto puede tardar hasta 120 milisegundos, a menudo demasiado tarde para un portero desesperado. Shutterstock/Herbert Kratky
Nuestro cerebro reescribe nuestra propia historia
Nuestras grabaciones volvieron a mostrar exactamente eso. Cuando el objeto cambiaba repentinamente de dirección, el cerebro tardaba un rato en darse cuenta. Durante ese tiempo, siguió extrapolando la posición del objeto a lo largo de su trayectoria original. Cuando por fin llegó la información sobre la posición real del objeto, la predicción original se sobrescribió rápidamente. El cerebro encubrió sus predicciones erróneas.

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Este encubrimiento es interesante porque el cerebro está reescribiendo su propia historia. Está diciendo “el objeto nunca estuvo aquí” después de haberlo colocado él mismo. Y la experiencia cotidiana nos dice que este encubrimiento es muy eficaz. Al fin y al cabo, cuando miramos una pelota que rebota en el suelo, no vemos que la pelota se mueva más allá del suelo.

¿O no? Nuestros resultados sugieren que, quizá muy brevemente, sí vemos objetos en movimiento en sus posiciones extrapoladas antes de que nuestro cerebro descubra sus errores. Así, durante muy poco tiempo, veríamos una pelota rebotando por el suelo. Pero cuando eso resulta ser erróneo, nuestros cerebros -al más puro estilo orwelliano- se apresuran a cubrir sus huellas e insisten en que siempre han sabido dónde estaba realmente el objeto.

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